Hubo una etapa en la que me la pasaba buscando el producto milagroso. Cambiaba de marca cada semana, probaba rutinas que veía en redes sin pensar si eran para mí, me exfoliaba todos los días porque pensaba que así me vería más “limpia”. Pero ¿sabes qué notaba? Mi piel cada vez más cansada, más apagada… y yo igual.
Hasta que una mañana me vi al espejo y no solo vi mi cara: vi mi descuido. Vi mi prisa, mis desvelos, mis “no tengo tiempo para mí”, mi estrés cargado en las ojeras. Ahí entendí que mi piel no solo refleja lo que me pongo encima, sino cómo me trato por dentro.
Ese fue mi punto de partida. Empecé a cuidarme desde el amor, no desde la exigencia. Dejé de castigar mi piel y comencé a acompañarla.
Tu piel escucha cómo te hablas
La forma en la que nos hablamos frente al espejo importa. Yo solía decirme cosas como “qué feas manchas”, “parezco cansada”, “me veo vieja”. Hoy, cambié ese diálogo por: 🌿 “Hoy te ves vulnerable, pero eso también es válido.” 🌿 “Gracias por sostenerme en días duros.” 🌿 “Voy a darte lo que necesitas, sin prisas.”
Y no fue magia, pero con el tiempo, mi piel cambió. Porque yo también cambié.
Cómo empecé a cuidar mi piel con amor (y no por obligación)
1. Hice de mi rutina un momento sagrado No importa si tengo 5 o 20 minutos, ese espacio es mío. Pongo música tranquila, me preparo un té, y me conecto con mi piel.
2. Dejé de castigarla con productos agresivos Antes pensaba que “si arde, está funcionando”. Grave error. Ahora uso fórmulas suaves, hidratantes y nutritivas. Como quien le da sopa calientita a alguien que ama.
3. Escucho lo que necesita, no lo que está de moda Si mi piel está seca, le doy más humectación. Si está irritada, descanso de los activos. No todo es para todas.
4. Me hablo bonito mientras me cuido Cada paso lo hago como un recordatorio de que merezco estar bien. No porque tenga que verme “perfecta”, sino porque valgo y me respeto.
Hoy sé que mi piel no es mi enemiga. No es un lienzo imperfecto que tengo que corregir. Es parte de mí. Es la historia de mis emociones, mis días buenos y mis batallas internas. Y cuando aprendí a cuidarla con amor, también aprendí a tratarme mejor en todos los sentidos.
Porque sí: tu piel refleja cómo te tratas a ti misma. Y tú mereces tratarte con toda la ternura, paciencia y amor del mundo.